En una habitación sombría, un hombre sin cabeza hecho de yeso, permanece atado a una silla con cuerdas. A su alrededor, un tren en miniatura recorre un circuito cerrado a una velocidad inverosímil en un bucle interminable. Un niño, con una máscara de Noh (típica del teatro tradicional japonés), y envuelto en cables de luces, se desplaza por el espacio con movimientos espasmódicos. Imágenes de películas anteriores de Takashi Ito se amontonan en pilas de papeles. La escena evoca una sesión espiritista, donde estallan delirios desbordados, recuerdos fragmentados y visiones pesadillescas.