Una larga y lenta panorámica describe varias veces el espacio de una habitación sin pararse. En la cama, Chantal Akerman, primero sentada e inmóvil y después, al volver a pasar la cámara, comiendo una manzana. Nos hallamos tanto ante un autorretrato misterioso de la cineasta en su lugar preferido como ante el equivalente, para su cine, de una naturaleza muerta: reunir su mobiliario en una descripción repetitiva para poder disfrutarlo más adelante.