Una mujer mira las grisáceas calles de su ciudad a través de la ventana, se tapa la cara con las manos y desaparece en la oscuridad de su casa. Un muñeco orejudo cobra vida e interpreta, junto al mobiliario de la habitación, una coreografía slapstick al son de What a wonderful world. Estas dos historias, de tonos tan distintos, se cruzan en un mismo espacio doméstico, claustrofóbico y mutante, que va adquiriendo una dimensión salvaje y casi apocalíptica conforme avanza el cortometraje. Una mezcla insólita de referentes que van desde la animación de Walt Disney a La noche del cazador (1955).