Le ventre, un supermonde se sirve de imágenes simbólicas y delirantes –ratas desbocadas, hombres encadenados, pedazos de carne cruda– para representar una casa que es tanto un asilo como un infierno. Construida en forma de collage y a partir de una banda sonora compuesta mayoritariamente por dos voces que hablan entre sí – un niño nonato y su madre–, la película puede considerarse un ejercicio de autoanálisis de René Paquot, quien presenta sus conflictos con la autoridad materna, médica y religiosa a través de lo onírico.