Una stripper profesional ligeramente envejecida reproduce insolentemente los gestos del ritual del striptease, mirando fijamente al espectador con movimientos graciosos, pero no elegantes ni bellos. El control de la situación que ostenta la stripper subordina al espectador y provoca una primera perturbación en el filme. Desde su posición, irradia una sexualidad vulgar que queda muy lejos de la versión aséptica y elegante presentada en Hollywood. Sin embargo, la verdadera conmoción sucede cuando ya se ha quitado toda la ropa y comienza a desprenderse de algunas partes de su cuerpo. El torso sin vida se autodestruye como metáfora de la destrucción del propio voyeurismo del espectador.
