Dedicado a la memoria de Lesley Stern (1950-2021)
La integridad del cuerpo era vital.
En 1982, el año en el que comenzó a trabajar en In This Life’s Body, la cineasta experimental australiana Corinne Cantrill sufrió un grave problema de salud que le hizo temer por su vida. Este hecho contribuyó a que diera máxima urgencia a un proyecto que había nacido como una serie de performances en vivo a partir de imágenes proyectadas (titulada Journey Through a Face) y que acabó convertido en 1984 en una película en 16mm. Casi cuatro décadas después, Corinne sigue con nosotros. La película que hizo bajo el impulso de aquella oscura crisis posee una fuerza y un magnetismo que solo las mejores obras maestras del medio cinematográfico pueden alcanzar y se ha ganado el derecho a ser considerada la mejor película de la historia del cine australiano.
Prestemos atención a lo que de especial –o incluso de peculiar– tiene In This Life’s Body en relación con el resto de la obra de Corinne y de su marido, Arthur Cantrill. En primer lugar, es la única película que firma uno de los dos por separado; el resto de sus muchos proyectos fueron siempre en colaboración (en este él se limitó a ayudar en el plano técnico). En segundo lugar, en medio de una carrera consagrada al cine abstracto y no narrativo, es la única película que aborda, hasta las últimas consecuencias, la narración de una historia; o más bien, de la historia de una vida. En tercer lugar, pese a que las experiencias de los Cantrill están muy presentes en el conjunto de su obra –sus viajes, encuentros, estancias en ciudades de todo el mundo–, esta es, sin lugar a dudas, su película más personal, íntima y reveladora.
Y, pese a eso, In This Life’s Body no es un biopic convencional ni tampoco una recreación de la vida de Corinne. Podríamos considerarla un documental, pero en ese caso sería un documental en el sentido más puro del término: uno construido exclusivamente a partir de los documentos que han sobrevivido, fotografías y fragmentos de película. No utiliza ninguna sofisticada técnica televisiva para «animar» las fotografías, nada de panorámicas ni de zooms; no hay tampoco una banda sonora que enfatice o subraye la única voz (la de Corinne) leyendo su texto a modo de testamento.
Ante los 147 minutos poblados (principalmente) de fotos fijas y una voz desnuda, los cinéfilos buscarán asociaciones con otros precedentes de la historia del cine entre los que estarán La jetée (1962), de Chris Marker, o Colloque de chiens (1977), de Raúl Ruiz. In This Life’s Body, gracias al tratamiento austero y contrario al sensacionalismo de la documentación de archivo y a la paciente re-presentación de sus materiales, podría alinearse también con el cine de Danièle Huillet y Jean-Marie Straub, o, más recientemente, con el de John Gianvito.
Pero Corinne no es de ese tipo de cinéfilas. Seguramente ni siquiera pensase en otros precedentes del cine que le era más cercano, el cine de vanguardia, como (nostalgia) (1971), de Hollis Frampton, con aquellas fotografías ardiendo acompañadas de una narración en off desincronizada. Como artista, Corinne nunca ha compartido las preocupaciones teóricas que surgieron en los años ochenta en el seno de lo que Peter Wollen llamó las «new talkies» americanas (las películas independientes de Yvonne Rainer, Mark Rappaport, Bette Gordon, James Benning y otros).
Sus «apoyos», en caso de necesitar recurrir a algunos, procedían de la literatura contemporánea: el libro experimental de imágenes y textos Prodigal Daughters (1981), de Sheila Steinberg y la cineasta Laleen Jayamanne; el trabajo de las escritoras australianas Ania Walwicz (que murió en 2020) y Valerie Kirwan (The Will to Fall, 1984), y, remontándonos más en el tiempo, los diarios de Anaïs Nin o las novelas de Marguerite Duras. Estas referencias literarias tienen en común con el cine radical de los años ochenta el desplazamiento constante de los pronombres: del «yo» al «ella», del «tú» al «nosotros».
La historia de vida que relata Corinne tiene muchos aspectos dignos de mención. Al igual que la película-memoria Paris Calligrammes (2019), de Ulrike Ottinger, In This Life’s Body recorre varios hitos de la cultura más innovadora del siglo XX: la escultura de Robert Klippel, el arte fotográfico de Bernard Poinssot, la poesía del visionario Harry Hooton (con quien los Cantrill colaboraron, antes de dedicar una película a su memoria), el trabajo libre de prejuicios del curador Jacques Ledoux, el círculo musical de Nadia Boulanger, la pedagogía liberadora de Fanny Cohen. Muchas grandes ciudades aparecen y desaparecen en la pantalla: París, Berlín, Melbourne, Londres.
Esta historia de vida refleja también corrientes contrapuestas en el campo de la cultura, la ideología y la forma de vida: el judaísmo, la teosofía, el comunismo, la bohemia, el misticismo. Tal y como ha observado sagazmente Freda Freiberg, en el trabajo de los Cantrill tiene lugar una «tensión contradictoria entre el idilio con la tecnología y el idilio con la naturaleza».
Soy hija de una mezcla de razas, destinada a ser una persona marginal, atrapada en un tira y afloja de valores en conflicto.
La película ofrece una amplia historia de la fotografía considerada simultáneamente como arte, industria y hábito cotidiano. Tal y como destacó Corinne, «aparecen representados muchos géneros de la fotografía: las instantáneas, los retratos de estudio, las fotografías escolares, las fotos con cámara oculta y hechas en la calle, los ambiciosos trabajos de aficionado, las fotografías de prensa y de otros profesionales, la foto fija y los autorretratos en espejos». Sin embargo, toda esta variedad de fotografías no son solo utilizadas como simples huellas o vestigios. In This Life’s Body se ve reforzada por una sana desconfianza ante el medio fotográfico: ante lo que no desvela, ante lo que elude u oculta, ante las mentiras que transmite, ante lo que idealiza o trivializa. La pose frente a la cámara suele no reflejar la historia íntima vivida por el propio sujeto; en ocasiones es una simple imposición de la fantasía del fotógrafo, una mirada del Otro definitoria y determinante.
No es habitual que un dispositivo de imágenes y sonidos tan minimalista logre provocar un efecto emocional tan impactante. In This Life’s Body construye una metáfora que resuena con fuerza donde las propiedades más básicas de la película de celuloide –el grano, la duración, lo que tiene de efímero y frágil– reflejan una concepción de la existencia como algo vivido materialmente, corporalmente. El cuerpo humano es algo complejo y sólido, contiene muchas capas; sin embargo, en cualquier momento puede desaparecer, convertirse en nada. Igual que una película.
Como Maya Deren, Jean Epstein y muchos otros artistas de vanguardia, la obra de Corinne Cantrill resulta inmune al uso reduccionista del psicoanálisis freudiano como plantilla interpretativa fija e irrefutable. Por no hablar de la pragmática aversión que ha sentido siempre Corinne por la moda de las obsesiones introspectivas burguesas. Que nadie busque aquí complejos de Edipo o de Electra. Y, por la misma razón, que nadie busque en In This Life’s Body metáforas, símbolos, alegorías y mitos del inconsciente colectivo junguiano. En la obra de los Cantrill hay espiritualidad, pero es de otro tipo, se sitúa en una dimensión distinta, funciona en un plano más inmanente.
Por otra parte, la película es un campo minado –quizá no del todo controlado por su autora– de proyecciones psíquicas interpersonales, idealizaciones y sublimaciones (como son las fotografías), sobre todo porque estas funcionan a través de generaciones de relaciones familiares y de los apegos eróticos del amor. Ninguna persona es una isla, y el Yo siempre se construye en relación y en oposición a la correspondiente red de los Otros. Según descubrimos, la madre de Corinne «idealizaba a su madre muerta». Su padre permanecerá como una figura en la sombra. El reconocido cineasta Philippe Grandrieux, cuando vio la película en Buenos Aires en 2003, especuló acerca de la relativa ausencia de fotos de los hijos de Corinne y de la sutil disonancia que esto genera en el relato que ella hace de su propia vida. Corinne, por su parte, se pregunta si en alguna de sus vidas pasadas fue un hombre, en qué tipo de relaciones se vio involucrada (como hermano, padre, hijo, amante o amigo) y cómo contribuyó todo eso a conformar la persona tan inestable en que se ha convertido.
Con el tiempo, Corinne ha llegado quizá a sentir como artista que In This Life’s Body recibe una atención excesiva, una atención que eclipsa los trabajos sobre el paisaje hechos en colaboración con Arthur, los cuales, evidentemente, exploran caminos más desafiantes y abstractos. ¿Tiene la película un atractivo demasiado obvio, demasiado accesible, demasiado «sentimental» para esta vanguardista de toda la vida? Recuerdo perfectamente su desdén ante las performances en vivo de Journey Through a Face y las primeras proyecciones de la película acabada, ante el hecho de que de inmediato la gente pensase que la «conocían» personalmente como ser humano: este es el riesgo que comporta siempre el arte «confesional», autobiográfico. Pero una confesión es también una máscara, y no deja de ser una ficción, una presentación del yo tal y como uno quiere que lo vean.
In This Life’s Body genera una lectura profunda y fascinante en la actual Era del Selfie, donde la gente tiene más control que nunca sobre su propia imagen y sin embargo se siente cada vez más atrapada por clichés y estereotipos inconscientes que inyectan de alienación y neurosis cualquier mirada al objetivo (incluso el del propio teléfono móvil). Corinne Cantrill nos ofrece otra manera –una procedente de otra época– de reflexionar y de representar el proceso del autorretrato. La singladura del «cuerpo de esta vida» no se dirige a una sola identidad o destino; su trayecto es más bien discontinuo, relativo, está siempre abierto a posibilidades de transformación. Es una corriente que (tal y como sugirió Lesley Stern) está «más hecha de vacíos que de plenitudes». Quizá a todos nos espere una muerte, pero hay muchas vidas a lo largo del camino.
Siento que aún es posible rehacerme a mí misma… en el cuerpo de esta vida.
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Nota: todas las citas en cursiva están extraídas de la banda sonora de In This Life’s Body. Corinne y Arthur Cantrill tuvieron la amabilidad de proporcionarme una copia del guion en 2003. Quiero agradecer a Freda Freiberg, Anna Dzenis, Kris Hemensley y Lesley Stern por todo lo que han escrito sobre la película.
Adrian Martin