La obra del compositor Carles Santos (Vinaròs, 1940-2017) es conocida internacionalmente por su heterogeneidad, osadía y experimentación. El piano es el punto de partida de su carrera, por el que despliega todo tipo de posibilidades, hasta la destrucción misma del objeto. De joven recibe una formación musical clásica, que a posteriori irá llevando hacia la composición y la fusión con otras formas de lenguaje.
En 1963 entra en contacto con el ambiente vanguardista de Barcelona y conoce, entre otros, a Pere Portabella, con quien creará un tándem realizador-músico insólito en la historia del cine: trabajan juntos de manera sistemática, y Santos encuentra un espacio de libertad para componer, interpretar y poner en escena sus ideas musicales. Los roles se invierten una única vez, para la realización de Preludio de Chopin opus 28, n. 7 (1969): Santos toma la cámara en mano y pone bajo la batuta la voz de Portabella, quien dicta una partitura que prácticamente incita al espectador a imaginar en ella la música. Ambos autores se encuentran ligados a la política y la actividad clandestina y utilizan la transgresión artística como medio de expresión. Ante la opresión y la censura del momento, la práctica experimental, alejada de cualquier cadena de comercialización, deviene la única posibilidad para la creación libre. Una libertad que encuentra su camino en el distanciamiento y la destrucción del lenguaje clásico y la narración fílmica, inspirados por lo que Joan Miró reclamaba también para salvar la pintura: hay que asesinarla.
La obra teatral y musical de Concert irregular (1967), presentada en la Fundación Maeght (Saint Paul-de-Vence) con motivo del 75 aniversario de Joan Miró, marca un punto de inflexión en la carrera del compositor: tras encargarse de la dirección e interpretación musical, Santos abandona el concierto tradicional y considera el piano un «mueble inútil». Esta perspectiva abre nuevas posibilidades, ya que gracias a esta determinada «inutilidad», el piano se podrá empezar a utilizar para cualquier otra cosa.
A finales de los años sesenta Santos realiza una estancia en Nueva York, donde conoce personalmente a figuras de la vanguardia y del movimiento Fluxus. En el terreno musical, John Cage, Steve Reich, La Monte Young, Terry Riley y Philip Glass le conmocionan especialmente. En paralelo, la cineasta Joan Logue retrata este movimiento interdisciplinario e intergeneracional en ebullición, a través de la serie de minicápsulas 30 Second Spots, sobre los artistas de Nueva York. Una está dedicada a Santos y hoy representa uno de los pocos documentos sobre la estancia del músico en Estados Unidos.
Los años setenta conforman para el músico una aventura minimalista que juega con la composición visual y musical del tema con variaciones. Lo vemos con los pianos preparados en Pieza para cuatro pianos (1978) y la corporalidad en 682-3-133 Buffalo Minnesota (1977), protagonizada por Barbara Held, flautista, compositora y artista sonora. Este film, rodado en Castelldefels con rollos de película caducados, transporta en imágenes una partitura de Santos ya existente. Cuanto más se complica la composición, más nos acercamos y percibimos en detalle el intérprete. Es una combinación, una forma de representación más de una música que el cine convierte en una práctica expandida.
El poeta Joan Brossa, conocido por su voluntad de «arrancar» las palabras del papel, juega un rol fundamental para Santos en el puente entre música y cine. Le recordará que hay que interesarse por la transgresión artística y especialmente la musical: «Ya sabes tocar el piano. ¿Y ahora qué?». La presencia del poeta nos permite recuperar para la ocasión dos películas protagonizadas por el mago italiano Leopoldo Fregoli, continuador de la commedia dell’arte, pionero del gag cinematográfico y conocido por sus habilidades transformistas. Junto con Antoni Tàpies, Brossa y Santos elaboran una obra poética, pictórica y fílmica que evocan, desde la sensibilidad contemporánea, el mundo del fregolismo y lo burlesco. LA-RE-MI-LA (1979) es un ejemplo claro: encontramos el espíritu carnavalesco e interpretativo de Santos, en un guiño perspicaz a la magia del cine primitivo y a personajes históricos y de la cultura popular de todo tipo.
La obra de Carles Santos debe analizarse también más allá del punto de vista musical. En ella trasciende una mirada crítica y no convencional, detrás de una indagación sobre la materialización de sonidos e imágenes a través de la literatura y la poesía fónica. Sus películas ensanchan la inteligencia fílmica: la música es una construcción sonora y la partitura un terreno de acción.
Hoy la pianista y compositora Clara Peya, con su estilo propio, mantiene viva esta visión radical y liberada de la música. Se atreve y experimenta con formas que conectan con un público numeroso y heterogéneo, desde un gran dominio y conocimiento de la composición clásica. Paralelamente, todo lo que suena y se produce durante el concierto en directo es una experiencia efímera, que concluye un periodo de investigación y anima a repensar los sistemas de permanencia y reproducción que rodean el mundo musical actual. Su álbum A-A Analogia de l’A-mort (2019) es uno de los ejemplos de este espíritu valioso, que combina una idea, un mensaje musical, con su exteriorización y corporalidad. Resulta una experiencia comunicativa renovadora que, como Santos, expande con mucha inteligencia los límites del piano y de la escucha musical.
Ona Balló Pedragosa