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Una carta que describe un paisaje esperanzador con guerras e incendios de trasfondo

Programa Xcèntric noviembre 2010 - enero 2011

Loïc Diaz Ronda reflexiona sobre las consecuencias de la crisis económica en relación al cine experimental. Este artículo fue escrito para el programa de mano de Xcèntric de noviembre del 2010 a enero del 2011.

Querido Xcèntric,

Me pides que te hable de la crisis y de las películas de bajo presupuesto que podrían ser una respuesta a la siniestra situación que nos aqueja. Sin embargo, esta nueva depresión mantiene tantas relaciones con el fin de la historia, la decadencia y otras innumerables concepciones mórbidas, que me parece francamente estéril para pensar nuestro presente y particularmente lo que nos interesa a ti y a mí, es decir el encantador arte de las imágenes, desde Mélies a Domingo, de Brakhage a Varda, de Svankmajer a Weerasethakul.

No niego la realidad de muchos creadores, que se confunde a menudo con la de precarios de toda índole, ni tampoco niego la existencia de este último y muy mediático discurso de terror. Pero su repetición obsesiva no busca sino disimular la intensificación de una guerra iniciada en las últimas décadas del siglo. Que los sectores más ideologizados de la industria cultural tengan prisa hoy en día por acabar con nosotros, pobres heterodoxos, y que sus gobiernos nos retiren los recursos obtenidos en años de lucha, no deja de ser lamentable pero no me sorprende.

En cuanto a mí, hace tiempo que dejé de preocuparme por la Zona oficial del cine, puesto que no resulta fácil dar crédito a una institución en la que las películas más arriesgadas no tienen la menor posibilidad de tener acceso al sistema de subvenciones, en la que mediocres productores y directores imponen su ley a redacciones y comisiones, en la que las más altas recompensas de la nación son atribuidas a dudosos actores cómicos y en la que Godard y Erice, por nombrar los principales, son desde hace tiempo minoritarios en sus propios bandos.

Lo más positivo de esta supuesta lacra -la crisis- radica en que seguramente podría hacer fracasar las estrategias del márketing cultural que imperan incluso en las corrientes templadas de un cine de autor bienpensante, concebido para segmentos del mercado. El cine personal, libre, independiente, experimental, no tiene verdaderamente mercado y eso mismo tendría que ponerlo a salvo del regateo y de las concesiones envilecedoras. Este cine no espera su salvación de una industria que frecuentemente lo saquea, ni de un Estado que la mayoría del tiempo, gracias a dios, lo ignora. Tampoco tiene que colmar las expectativas de los consumidores sino que saca su fuerza de su propia inventiva, de su capacidad de fundir el plomo de sus limitaciones en un oro de posibilidades reales y de crear siempre nuevos relatos.

En ciertos aspectos, contrariamente a muchos discursos contemporáneos y a pesar de que la institución cinematográfica esté enferma de esclerosis, en el paisaje actual abundan gestos prometedores. Existe, a escala internacional, una escena cinematográfica alternativa y de no-ficción extremadamente vivaz que se define por su reclamación de la ex-centricidad entendida como postura estética y también como moral social. Por otro lado, la comunidad audiovisual se ha dotado, al menos en Europa, de una infraestructura combativa formada por un puñado de excelentes festivales, de hiperactivas revistas online, de centros de arte, de iniciativas underground e incluso de eficientes plataformas de distribución. No pienso que las nuevas vicisitudes de la vieja krisis puedan detener este movimiento.

Entonces, para seguir haciendo buenas películas ¿no sería conveniente seguir buscando, más que respuestas a la crisis, alternativas a las tradicionales formas de ver y de hacer? ¿Pero cómo? ¿En que dirección se ha de buscar? Te confieso que no tengo la menor idea, pero sí que veo claramente lo que creo que no se tendría que hacer.

Ante todo, la heterodoxia en la que pienso no tiene nada que ver con el traje que uno lleva: se puede ser un clásico heterodoxo viviendo en medio del cine de masas. Sin embargo, tentaciones acechan nuestra generación: la tentación de acabar haciendo un cine para cineastas, alejado de la vida, que cuestiona sempiternamente la historia del medio y las imágenes del pasado. Nada más lejos de mí que hacer apología de un cine de ermitaños, de magos o de malditos, reservado al consumo de pequeños grupos de iniciados.

Finalmente, otra barrera radica en la fragmentación y en la búsqueda de una legitimidad ilusoria. Tenemos que formar parte de algo, fomentar un sentido de comunidad a pesar de nuestras discrepancias. De lo contrario, acabaremos siendo una pieza más en la economía del "acceso", convirtiéndonos en un grupo selecto de la industria de la comunicación o del diseño. Me inquieta la tendencia actual de constituirse en “expertos”, de ser meros auto-empresarios, de querer integrarse a la elite cultural o al ámbito del lujo, que a menudo se confunden. Para mí, esto significa la demisión de nuestro cine y además una falta de compromiso vital. Como dice el filósofo Michel Serre, a fin de cuentas, “solo los excluidos crean”. Independientemente de estar de acuerdo o no con esta frase, ella conlleva algo tremendamente inevitable: hay que arriesgarse. El remanso de paz semi-nocturnal que ofrece la sala de cine nunca ha protegido a nadie de los incendios y de las guerras que asolan allá afuera.

Como dicen los budistas alternativos: Meditate and Destroy…

Un abrazo,

Loïc

 

Fecha
1 noviembre 2010

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