Un flash-back de cinco mil años. Así describió Joris Ivens la escena de Ana en la que un etnólogo relaciona las costumbres de Trás-os-Montes con las de la antigua Mesopotamia. Se trata de una mirada interior a un territorio cuyos habitantes son depósitos geológicos y en cuyos paisajes, filmados como si fueran ciudades, no parece haber nada anónimo: como escribió Serge Daney, cada árbol, cada camino, cada piedra podría poseer su propio nombre. Las aguas del Éufrates corren por el Duero.
Canto a una tierra, dos mujeres, un nombre, una lengua; sueños precisos y pesadillas transpuestas durante el día. Ana se realizó durante tres estaciones y cinco años. La exigencia con la que los cineastas trabajaron la dialéctica entre las imágenes y los sonidos los llevó a encontrar una gran proximidad sonora, primitiva (fuego, viento, torrente), a oponer las materias (lana, seda, leche, luz) y a concebir los planos como unidades autónomas, vinculados por medio de correspondencias entre formas, materias o tejidos en un montaje que relaciona las dimensiones temporales, espaciales, cromáticas, afectivas.
Ana, António Reis y Margarida Cordeiro, 1982, Portugal, 35 mm, 114 min