Artículos

Val del Omar y el cinematógrafo que cabe en un bolsillo

A propósito de la sesión "Arder amando" (13-01-2017)

Participantes
Elena Duque
Directores
José Val del Omar

Llamas. La felicidad y el sol de una excursión por carretera comprimida en tres minutos, los pueblos de España se suceden. Las fuentes y los turistas en la Alhambra. Abstracción colorida, oscilante, parpadeante. Superposiciones y mundos fantasmales. El rojo de un fruto recortado contra el azul del cielo. Rayos láser. Señales, luces de feria, la televisión, el mundo alrededor. Estas son solo algunas de las cosas que contienen las películas en super 8 de Val del Omar, quizás el viaje más completo a su universo, el del único y excepcional “cinemista” español.

Tres en uno, poeta, inventor y místico, José Val del Omar nació en Granada en 1904, y es figura de culto gracias a su obra más difundida, el Tríptico Elemental de España, que contiene en sí sus dos películas más conocidas, Aguaespejo granadino (1955) y Fuego en Castilla (1960). Ambos films son en cierto modo demostraciones prácticas de varias de sus teorías, cuya base es el inmenso poder del cine para lograr la unidad de todos los individuos a través de un éxtasis espiritual. Un estado que podría conseguirse a través de lo que él llamó la meca-mística; es decir, la mecánica como instrumento al servicio de la consecución de ese trance revelador y purificante, a través de diversas invenciones ad hoc. Aguaspejo granadino, con el poder primario de sus fuentes y el aura inmortal de La Alhambra, fue demostración así de dos inventos meca-místicos productores de experiencias envolventes como fueron el Desbordamiento Apanorámico de la imagen, sistema de lentes a través del cual la película rebasa la pantalla colonizando toda la sala de proyección y la visión periférica del espectador, y del Sonido Diafónico, un particular sistema de estéreo biaural que se dividía en un canal para el sonido natural de la escena (que manaba de la pantalla) y otro para una pista de sonido dirigida a la psique de espectador, retumbando desde la parte de atrás de la sala de proyección para maximizar la experiencia arrebatadora. Ambas técnicas ideadas entre los años cuarenta y cincuenta, años antes de que Gene Youngblood escribiera su fundacional Cine expandido, y de que empezara su actividad otro científico-visionario-cineasta total, Stan Vanderbeek, en más de un sentido espíritu afín, sin saberlo, de Val del Omar. Fuego en Castilla, por su parte, incidió en la TactilVisión, sistema en el que la luz actuaría como “dedos que palpan la superficie” de las cosas para dibujar su relieve, a través de cambios de luz parpadeantes, sombras y juegos lumínicos varios que infundieron volumen y vida fantasmal a las figuras talladas de Berruguete y de Juan de Juni del Museo Nacional de Escultura de Valladolid, al ritmo de los golpeteos en la madera del bailaor Vicente Escudero, que componen la parte más contundente del film.

La simple visión del Tríptico da una idea de la singularidad de Val del Omar, y más en el contexto de la España en la que le tocó vivir, con la posguerra primero y la cerrazón del franquismo después como telones de fondo poco amistosos a sus ideas vanguardistas, que le impidieron desplegar sus alas en plenitud. Parte de esas ideas nacidas al calor del cine impresionista francés que pudo conocer en París en los primeros años 20 (en especial de la mano de Marcel L'Herbier), y de su trabajo en las Misiones Pedagógicas, que le hicieron comprender el potencial del cine para conmover, y en consecuencia para ser usado como instrumento para elevar espiritualmente y mejorar las vidas de la gente. Pero el Tríptico es tan solo la punta del iceberg, cabeza visible de esa galaxia que fue su pensamiento.

Sin fin

Quizás uno de los mayores escollos a la hora de transmitir quién y qué era José Val del Omar es esa propia cualidad escurridiza de un trabajo en progreso infinito. Ese “Sin fin” con el que cerraba sus pocas obras concluidas es así revelador de lo difícil que es embutir toda esa galaxia en un dedal, meter en un archivador el tiempo fluido de este personaje tan poliédrico como lúcidamente delirante, el auténtico e irrepetible visionario español del cinema que dedicó su vida a imaginar un futuro brillante. De ahí la importancia de recopilar y mostrar, en simple sucesión, ese torrente de apuntes, tientos y experimentos que pueden ofrecer un pasadizo de entrada a su mente. Eso hicieron las imprescindibles recopilaciones de notas y escritos Val del Omar sin fin (realizada por Maria José Val del Omar y Gonzalo Sáenz de Buruaga) y Escritos de técnica, poética y mística (compilados por Javier Ortiz Echagüe), intentos del propio Val del Omar de ordenar sus pensamientos, y muestra de su prosa y poesía, que no dudaba en inventar sus propias palabras cuando era necesario. Otro hito fue la exposición :desbordamiento de Val del Omar, comisariada por Eugeni Bonet, donde incluso se podía ver su célebre laboratorio, del que hablaremos más adelante. Nos encontramos ahora con la posibilidad de revisar sus notas más inefables e inflamadas, sus experimentos visuales y sus paseos plasmados en super 8 –auténtico cuaderno visual– en una edición a cargo de Gonzalo de Lucas y Marta Verheyen.

Registrar lo inefable

En estos super 8, así como en Variaciones sobre una granada (1975), se puede ver el resultado de las intensas horas de trabajo de Val del Omar en los años setenta y primeros ochenta. Tras el desmantelamiento del laboratorio que tuvo en los años sesenta en la Escuela Oficial de Cine, Val del Omar volvió a armar otro centro de operaciones en el que seguir con sus experimentos de manera independiente (y casi clandestina): el PLAT, cuyas siglas responden a las palabras “Picto Lumínica Audio Tactil”, en cierto modo una descripción de lo que allí ocurría. Ese laboratorio coincide además con la popularización del super 8, un formato doméstico y económico, con el que Val del Omar, además de filmar con otra ligereza, registra algunas de sus pruebas y experiencias.

En lo que podría haber sido una film performance, Val del Omar puso en funcionamiento frente a la cámara de super 8 varios de sus artilugios, que formaban parte de ese instrumento de múltiples tentáculos al que llamaba su “truca”. Por ejemplo, la Óptica Biónica Energética Ciclotáctil. Se trataba de un medio por el cual evocar la tendencia vertical de las pinturas de El Greco, a través de un objetivo anamorfico en rotación, a velocidad variable, acoplado en el mismo eje con un objetivo normal. Vemos así las imágenes que se retuercen, se distorsionan y se estiran, aspirando al infinito. El adiscopio es otra de las bases sobre las que trabaja: se trata de un proyector de cierto tipo de diapositivas cuádruples llamadas tetrakinas (cuatro imágenes en un mismo marco), inventado por el ingeniero Luis Adiego de la Parra, un aparato que Val del Omar modificó montando en el mismo tres ruedas de filtros, con un círculo dividido en cuatro cuartos con los tres colores básicos más el blanco. Cada círculo gira a una velocidad variable y es independiente de los demás. Las rápidas sucesiones de imágenes que se desvanecen para dar paso a otras provienen de aquí. Se crea en ciertos casos una sensación de profundidad –que se anticipa en cierto modo a la Nervous Magic Lantern de Ken Jacobs– gracias a cómo monta algunas de las diapositivas: pegamento, polvo, hilos, trozos de acetato entre dos cristales. Varios mecanismos de movimiento automáticos se van incorporando. Como explica Eugeni Bonet en su texto sobre el PLAT para el catálogo de la exposición :desbordamiento de Val del Omar, a su llamado tetraproyector se suma “un sistema de programación por medio de cintas magnéticas portadoras de toda clase de órdenes o instrucciones (dirección y velocidades de giro, el disparo de efectos de luz y color, sonoros, láser, ventiladores, surtidores, etc.) o el uso de prismas para desviar la proyección de las imágenes a los cuatro puntos cardinales”.

Vemos también sus experimentos con láser. Para él, los rayos láser “son ante todo imágenes inquietadoras desveladoras de un mundo hasta ahora no visible”. Una intuición que hablaría de la unidad del universo, que explica así: “la imagen que yo hasta ahora he podido extraer de los pobres recursos con que he contado en mis experiencias, decididamente me traslada al concepto de que el universo todo, nuestro planeta, yo mismo, somos una sola gota eléctrica, algo sin pies ni suelo, una cosa, un ser-cohesión-amor”.

Memorias e impresiones de un pasajero de la astronave Tierra

Pero lo fascinante de los super 8 es que otro Val del Omar menos “meca-místico” y más terrenal sale a la luz. Un profundo amor por la vida, una soleada inmersión en la naturaleza y un frenético paso por lo urbano emparentan a estas notas con Jonas Mekas y con Marie Menken. Mekas, en obras como sus Travel Songs y en aquellas que glosan los domingos pasados en el parque o las vacaciones en la naturaleza. Menken, en los juegos de luces de Lights (1966), en la velocidad en la carretera y la vida urbana de Go! Go! Go! (1964), y en la mirada a plantas y flores de Glimpse of the Garden (1957).

Un Val del Omar más libre, no ya en búsqueda de esa oficialidad a la que aspiró tantos años y que le echó con cajas destempladas de su seno: Val del Omar presentó sus revolucionarios proyectos en congresos audiovisuales y de tecnología, a la RTVE, a la Empresa Nacional de Óptica (ENOSA), y a diversas instituciones, sin comprender que sus elevadas metas y su apasionada vertiente poética nada tienen que ver con la raigambre burocrática y los fines utilitarios que éstas persiguen. Sin abandonar esta idea del bien común y el servicio público, el formato doméstico de los setenta y ochenta le permitió, como veremos, destinar también un lugar a un solaz relacionado con un goce visual puro (aunque muchas de las imágenes que veremos posiblemente estaban destinadas a sucesivos experimentos). Sus aceleradas tomas, paródicas, de los turistas que visitaban y registraban La Alhambra, instaban a una contemplación, a tirar nuestros respectivos relojes al agua de las fuentes morunas. “El agua del surtidor, con su gran ilusión de subir y su realidad de caer, constituye el gran espejo de la vida del hombre”, tal y como decía en las notas del programa de Aguaespejo granadino.

El mundo circundante entonces empezaba apenas a alcanzar a Val del Omar en sus ideas visionarias, a través de una juventud abierta de miras, esas “guras” (como llamaba a algunas de sus seguidoras de entonces) que se pueden ver en los super 8, en esos retratos de mujeres de rostros atravesados por patrones y por paisajes. Su interés por la televisión (para la que veía potencial de futuro a base de aprovechar su “poder conmocional” y creador de comunidad, que intentó transmitir sin éxito a los directivos de TVE) sobresale en los acelerados inventarios televisivos de sus rollos de super 8, en un momento en el que veía sus teorías ratificadas por los estudios de Marshall McLuhan.

Val del Omar y el Niño de Elche

En esta ocasión, en Xcèntric, los super 8 de Val del Omar estarán acompañados por el trabajo sonoro del Niño de Elche, quien ha sacado al flamenco de sus casillas para tornarse hacia una vanguardia total que, como la de Val del Omar, hunde también sus raíces en lo ancestral de la tierra y en esa idea de usar el poder de conmover y golpear del arte de una manera social y política, si se quiere. Así cuenta el mismo Niño de Elche como se encontró con el granadino: “A Val del Omar lo conocí mediante trabajos de artistas como Andrés Marín, Lagartija Nick o Pedro Gé Romero. Lo primero que recuerdo es haber visto Fuego en Castilla y haber utilizado la idea de cubrirme de plásticos como a una imagen religiosa para una performance relacionada con los invernaderos de Roquetas de Mar. El juego lumínico de sus películas fue lo primero que me impactó de sus obras”. El modo de afrontar el trabajo con las películas en super 8, material delicado y fogoso, se sustenta sobre la potencia de su voz: “Mi idea se ha basado en utilizar la voz como base sonora. Val del Omar fue el primero en tratar electrónicamente las voces de los flamencos y sobre esa idea y con los medios que nos ofrece nuestro tiempo he querido conservar la idea mística de la voz como conexión”. Un nuevo acercamiento a una obra que ya era inspiración y guía: “Sin lugar a dudas. Val del Omar ha sido un referente para algunos de los trabajos que he realizado últimamente, sobre todo por su rítmica interna a la ahora de utilizar las imágenes, pero había otros aspectos de su obra que no conocía, y que con este acercamiento tan meticuloso he podido descifrar. Ojalá me haya intoxicado lo suficiente para que me acompañe por siempre”.

Coda

Como dato caprichoso, el único invento que dio algún rédito a nuestro sin par “cinemista” (que tiene en su haber más de sesenta patentes registradas), fue el Mini-Carrousel España o castañuela, que él mismo describe así:

“Proyector de diapositivas en formato Super-8, bajo tres modalidades:

Memorizador de imágenes de tv y cinematografía.

«Torre de lanzamiento» infantil de imágenes en el techo de su dormitorio convertido en «Cosmódromo» dispuesto a la «cero gravedad».

Castañuela «recuerdo de España», con 50 imágenes de carteles turísticos, memorizador de artesanía española, bellezas naturales, baile, toros, etc.

Nota: Entre las imágenes que se miran en un papel, las que también se miran por transparencia y las que se proyectan a distancia, existe un valor mágico que encanta a los niños.”

El mismo valor que conmocionó a los niños boquiabiertos que Val del Omar fotografió, que veían por primera vez el cine gracias a las Misiones Pedagógicas, y el mismo que nos encandila y nos encadena a la pantalla de cine, Aleph portátil por gracia del super 8, cosmódromo a través del cual despegar rumbo a la galaxia Val del Omar.

Elena Duque


TAMBIÉN TE PUEDE INTERESAR